Nos apegamos al placer emocional o sensual, como el que
producen ciertas drogas, y las tomamos a pesar de saber que eso va a atarnos
todavía más a ellas.
Somos adictos a los deseos y se despliega uno detrás de otro, sin descanso, como si el hecho de realizarlos disminuyera su importancia en nuestra vida.
Somos adictos a los deseos y se despliega uno detrás de otro, sin descanso, como si el hecho de realizarlos disminuyera su importancia en nuestra vida.
Pero le siguen más, nuevos deseos, y más… No importa lo que
sea que persigamos, lo que importa es la sensación agradable que nos produce la
aventura de perseguirlo. Así que según intentamos satisfacer nuestros deseos, estos
se fortalecen más, y eso nos impide ser felices.
Nos apegamos al yo, a la imagen que tenemos de nosotros
mismos. Intentamos poner cada suceso o situación en este mundo a nuestro
servicio, siguiendo nuestros gustos que elevamos al altar de la santidad, como
si fueran la única verdad posible. Así perseguimos lo que nos gusta y rechazamos lo que nos
disgusta, agradable y desagradable, pero en este camino, entramos en conflicto
y esto crea sufrimiento y dolor. Nos atamos a nuestras posesiones, que son la expresión de lo
mío del yo, y como las posesiones se pierden (no son el alma inmortal) acabamos
sufriendo de nuevo, más cuanto mayor sea nuestra dependencia.
Incluso nos aferramos a las creencias. Creemos que nuestra
forma de pensar es la ideal y nos enfadamos mucho cuando surgen las críticas,
sosteniendo una defensa a veces irracional. Cuando lo único coherente es dejar
todas las ideas de lado y mirar la realidad desnuda.
También estamos atados a ceremoniales religiosos, olvidando
casi siempre el espíritu que les dio nacimiento. Practicamos los rituales
externos creyendo que eso es cumplir con Dios, y luego seguimos actuando en la
vida cotidiana como usureros, agresivos o comerciantes mentirosos.
Sin la mente en paz y un corazón amoroso, de poco sirve la
oración piadosa, mientras el rencor, los celos o la ambición, siguen campando a
sus anchas.
Valoramos más la letra de los libros sagrados que el
espíritu interno, y predicamos y luchamos para defender principios, y no para
hacer florecer el amor y la compasión en cada uno de nuestros pensamientos,
palabras y actos.
De aquí que el sufrimiento continúa y nos sentimos vacíos,
sin paz en el corazón.
Emilio Fiel.