Se cuenta que un labriego chino tenía un caballo.
Con él hacía todas las labores del campo.
Un día el caballo se escapó por las montanas.
Sus amigos se lamentaban ante el labriego: ¡Qué mala suerte!
Pero él respondía: ¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?
Un buen día el caballo volvió a casa trayendo tras sí otros
caballos salvajes.
La gente decía: ¡Qué suerte!
Y el labriego: ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?
Estaba un día el hijo del labriego domando uno de los
caballos salvajes y éste lo tiró y el muchacho se rompió una pierna.
La gente decía: ¡Qué mala suerte!
Y el labriego: ¿mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?
Por aquellos días llegaron al pueblo empleados del gobierno
para alistar en el ejército todos los jóvenes capaces y hábiles.
El hijo del labriego por tener la pierna rota, quedó
excluido, y pudo seguir ayudando a su anciano padre.
¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?
Acostumbramos a juzgar las cosas como buenas y malas,
demasiado ligeramente. La Vida es la que hace las cosas bien, cuando nosotros
hacemos lo que tenemos que hacer. Nada es buena ni mala suerte. Es un mal modo
de hablar y un mal modo de pensar. Lo que La Vida da y hace es lo mejor aunque
no lo comprendamos.
Cuando nosotros hacemos lo que no debemos hacer o no hacemos
lo que tenemos que hacer, es cuando las cosas salen mal. Cuando es La Vida la
que escribe nuestra vida, la escritura es perfecta.
Darío Lostado